Rumania, segundo país más pobre de la Unión Europea, sufrió el desembarco de numerosas empresas inmobiliarias del Oeste seis meses después de su ingreso en la gran familia, en 2007, con el objetivo de acrecentar sus beneficios y, sobre todo, de amortiguar los efectos de la crisis financiera que se avecinaba. Ese mismo año y en 2008, la economía rumana creció más del 8%. Sin duda alguna, se trató de un puro frenesí: incremento de la inversión extranjera, créditos blandos, 10.000 millones de euros al año en remesas y un afán consumista por parte de los rumanos. Todo aquello parecía de ensueño, pero vino el tortazo. El PIB cayó un 7% en 2009, lo que obligó al Gobierno a pedir un préstamo de 20.000 millones de euros al FMI y a la UE en la primavera de 2009.
En Bucarest, los precios de la vivienda de segunda mano y nueva han caído en picado. Tanto es así que hasta se puede adquirir un apartamento pagando menos de lo que costaba antes del boom inmobiliario. Irina B., de 38 años y directora de una empresa de relaciones públicas, se compró en mayo de 2007 un piso de 95 metros cuadrados en la calle Grivitei, zona céntrica de la capital, cerca de la sede del Gobierno, por unos 90.000 euros. En otoño, el precio ya alcanzaba los 150.000 y en 2008 superaba los 200.000. Medio año después, su vecino de abajo puso a la venta su piso por 78.000 y, aun así, resulta complicado encontrar un comprador teniendo que bajar aún más su precio.
Los bancos han cerrado el grifo del crédito, las inversiones privadas se han frenado en un país que llevaba años con crecimientos de precios importantes ligados a la alta demanda real y especulativa en el sector inmobiliario. El especulador que compra hoy y vende mañana se ha esfumado por completo. La vivienda de segunda mano ha sufrido un amplio recorte en sus altos precios y la nueva ha visto cómo se moderaba muy significativamen