Son cerca de las ocho y media de la mañana. Me hallo en la estación de autobús de Chisinau y busco el primer vehículo que se dirija a Bender. Dos conductores se pasean entre la gente y gritan "Bender, Bender, Tiraspol". Pregunto cuándo sale. "Dentro de 20 minutos". Pago el billete y me siento con mi mochila.
Cierto, me voy a Transnistria. Me viene a la mente los rumanos que son perseguidos por tan sólo hablar rumano, como vi en la televisión hace poco menos de un año. Cuando planeé este viaje hace un mes, la gente me pedía que tuviera cuidado.
"¡Feliz cumpleaños, gatita!"
Foto: Andrei Ionita Antes de salir del mercado principal, el autobús se mueve lentamente a causa del embotellamiento de la zona. Pedí el formulario de la aduana cuando salimos de Chisinau. Hace tres años, entrar a la República de Moldavia Transnistreana (RMN) habría costado 50 céntimos de euros, por un breve periodo se triplicó la tasa, ahora ya no cuesta nada.
Sin embargo, aún se tiene que completar un documento para registrarse que se tiene que hacer en el autobús para evitar perder tiempo en la aduana. Si uno olvida hacerlo durante el viaje, riesga a hacerlo en la frontera donde el conductor podría dejarle. De todas maneras, no se entera si uno no habla ruso.
Unos diez kilómetros antes de la aduana, me acuerdo del control de las maletas. No tienen una actitud amigable con los periodistas, por lo que me dejé la legitimación de prensa en Bucarest. Pero ¿qué hago con la cámara de fotografía? Se lo dejo a una mujer que me acompaña en la aventura, ya que no suelen registrarlas.
Un kiosko vacío en el centro de Bender Foto: Andrei Ionita De manera sorprendente, los aduaneros de la parte moldava comprueban tan sólo el maletero. Las fuerzas de paz parecen más de decoración. Entre tanto, un transnitrean sube al autobús y pide el pasaporte. @N