Frente al palacio presidencial, en Sofía. En el Ayuntamiento de Varna, a orillas del mar Negro. Junto a una oficina bancaria de Veliko Tarnovo, la antigua capital medieval. Estos son algunos de los escenarios —públicos, a la vista de todos— escogidos por los seis hombres que, en las últimas seis semanas, se han prendido fuego en Bulgaria en un gesto desesperado de protesta social. Cuatro han fallecido, y la policía llegó justo a tiempo hace unos días para evitar que otro, de 73 años, encendiera la mecha, explica Silvia Blanco, periodista de El País.
El alarmante goteo de quemados a lo bonzo comenzó poco después de que miles de personas en todo el país salieran a la calle a manifestarse por los altos precios de la luz, para derivar después en un clamor ciudadano contra la pobreza, la corrupción y los políticos que tumbó al Gobierno del populista de derechas Boiko Borisov. Por ahora, un Gobierno técnico provisional trata de manejar la incertidumbre que atraviesa el país hasta que se celebren las elecciones anticipadas del 12 de mayo. La conmoción por esas muertes y el aumento de los suicidios ha obligado al Ministerio de Sanidad a poner en marcha, el lunes pasado, una campaña para tratar de prevenirlos.
Plamen Goranov, un aficionado a la fotografía y a la escalada de 36 años, participaba a diario en las manifestaciones de la ciudad portuaria de Varna, la tercera del país, donde fueron más multitudinarias. Había estado pidiendo la dimisión del alcalde y en un vídeo se le ve gritando contra una mafia que controla los negocios locales. El 20 de febrero se prendió fuego a sí mismo junto al Ayuntamiento y murió en el hospital el 3 de marzo, ya convertido en un símbolo de las revueltas en su ciudad. La gente construyó improvisados altares con velas, se le comparaba con Jan Palach, el joven que se inmoló en Praga en 1969 contra la invasión soviética, y c