Con su aplomo habitual, el primer ministro de Hungría, el populista conservador Viktor Orbán, llegó el lunes al palacio Euskalduna de Bilbao, sonrió a los fotógrafos y empezó a hablar de que la crisis que machaca a Europa no es solo económica, sino también moral. “Europa no funciona sin valores cristianos”, aseveró. Fuera hacían cola varias decenas de personas, muchas entradas en la sesentena, dispuestas a escucharle disertar sobre Una política basada en valores cristianos, base de la regeneración de Europa, el lema de la conferencia organizada por la Asociación Católica de Propagandistas en la que participaba el primer ministro como parte de su visita a España. La parte oficial se restringe a un encuentro en La Moncloa con el presidente, Mariano Rajoy, para abordar asuntos bilaterales y como preparación de la cumbre europea de mayo, explica Silvia Blanco, periodista de El País.
Orbán, de 49 años, llega envuelto en la polémica. Su presencia coincide con nuevas —y sonoras— críticas a Hungría por parte de la UE y de EE UU, y de organizaciones de defensa de los derechos humanos, esta vez debido a una enmienda de calado introducida en la Constitución húngara que recorta los poderes del Tribunal Constitucional.
El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durão Barroso, envió una carta el viernes a Orbán para expresarle su “seria preocupación” sobre la compatibilidad de esos cambios con la legislación europea y con el Estado de derecho. Orbán dijo ayer lo mismo que le contestó por carta a Barroso: que está “siempre dispuesto a debatir”, y recordó que la Comisión está haciendo un examen preliminar de esos cambios. “Cuando concluya, charlaremos sobre el asunto: somos demócratas”, dijo.
Barroso le advertía en esa carta de que “seguirá los pasos necesarios para empezar los procedimientos de infracción donde sea pertinente”. La inmediata r