Polonia, y después el resto de Europa, decidirán en breve sobre el futuro de los yacimientos de gas de esquisto. Para los opositores a esta tecnología, se trata de la última oportunidad de salvar al continente del desastre, o de proteger sus intereses económicos y políticos.
En Dobrich no dejan de celebrarse protestas. Esta ciudad búlgara situada en el noreste del país, con una población de unos 110.000 habitantes, exige que se detenga de inmediato la explotación de gas de esquisto en la cercana Rumanía. Dobrich se encuentra a una distancia de unos 40 km de la frontera, e incluso más alejada del área en la que la empresa energética estadounidense Chevron va a iniciar en breve la investigación geológica, pero estas distancias no tranquilizan en absoluto a los manifestantes. Luchan contra las empresas energéticas que destruyen la región histórica de Dobruja y que se extiende a lo largo de la frontera búlgaro-rumana.
La mayor fuente de polémica es un método de extracción conocido como fracturación hidráulica. Los activistas en Dobrich creen que el método para extraer el gas de esquisto, que consiste en inyectar en las fallas de la roca a alta presión grandes cantidades de agua mezclada con arena y sustancias químicas, incluidos detergentes, contaminará toda la región.
En Dobrich, donde se han celebrado manifestaciones con asiduidad en el último año y medio, son muy conscientes del poder de las protestas callejeras. Precisamente una masiva oleada de protestas, apoyada por un movimiento ecologista bien organizado, fue lo que obligó al Parlamento búlgaro a introducir una moratoria en el uso de la fracturación hidráulica en enero del año pasado, de modo que Bulgaria se convirtió en el segundo país europeo después de Francia en prohibir la investigación y la extracción del gas de esquisto.
Un grifo en llamas
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