Tras la negativa de Ucrania de firmar un acuerdo de asociación, la UE no puede permitirse perder la confianza de los demás países de la Asociación Oriental. En la cumbre de Vilna, debería enviar un mensaje político claro a Moldavia y Georgia.
¿Cuándo fue la última vez que unos manifestantes blandieron con tanto fervor la bandera estrellada de la Unión Europea? ¿En los años cincuenta, en la frontera franco-alemana? ¿En 1989 y después, durante las revoluciones llamadas "de terciopelo", de Bucarest a Tallin? Hoy se vuelve a blandir en las manifestaciones organizadas en Ucrania y hace unas semanas, en la República de Moldavia. "Europa" sigue siendo en estos países sinónimo de esperanza. O más concretamente: primero de prosperidad, luego de seguridad y finalmente de libertad. Tres estados que todos los seres humanos desean.
Si las manifestaciones moldavas se desarrollaron bajo el signo de la confianza, las ucranianas han estado teñidas de tristeza y resentimiento. El viernes, con ocasión de una cumbre organizada en Lituania, el país que ocupa actualmente la presidencia de la Unión, la UE expondrá el balance de un proyecto cuyo nombre es hasta ahora sinónimo de promesas, más que de acciones: la asociación oriental. Dicha asociación se ha ideado para que los vecinos orientales de Europa se acerquen a la UE. Rusia se ha opuesto de inmediato a este proyecto. Entre las repúblicas del Cáucaso, Azerbaiyán, un país con abundantes recursos naturales, pero gobernado por un régimen autoritario, se distanció del proyecto y ahora le siguen Armenia, un país que depende en gran medida de Rusia, y Bielorrusia, que se encuentra bajo el yugo de una dictadura.
La UE ha negociado acuerdos de asociación con los tres países restantes: Ucrania, Georgia y Moldavia. Se trata de documentos ambiciosos que prevén una armonización jurídica (las legislaciones orientale