Uno de los mantras de la economía rumana es su confianza en el sector agrícola. Desde que llegué a este país en el 2007 que oigo hablar del enorme potencial del campo rumano y de las extraordinarias posibilidades de inversión que se presentan a quien quiera interesarse.
En estos años, donde la climatología nos ha regalado temporadas húmedas y temporadas secas, donde la crisis ha plantado su tienda de campaña en Europa y no quiere marchar, donde tantos proyectos económicos y sólidos parecen haberse quedado en nada, he llegado a la conclusión que es verdad: las empresas agrícolas, buen gestionadas, funcionan en mayor medida que las otras.
No quiero decir con esto que todas tengan beneficio, ni mucho menos, y la realidad es que la sequía del 2012 ha cercenado las expectativas de muchas explotaciones, pero hablando con agricultores, por un motivo u otro, la cosa parece haberse salvado en un año en que casi nadie se salva.
El campo rumano presente innumerables ventajas. La calidad del suelo es excelente en amplias zonas, los terrenos son llanos, la capa freática alta ha permitido que sin lluvias algunas zonas no sufran en exceso, los precios de la tierra son aún bajos (pero cómo han subido en 5 años!), y la demanda no para y no parará.
El sector se está profesionalizando, gracias básicamente a la entrada de empresas extranjeras. Pocas españolas. Los minifundios se agrupan y crean grandes fincas, las tareas del campo se modernizan, crecen la producción por hectárea y la calidad del producto. Rumanía fue en varios momentos de la historia uno de los graneros de Europa y parece que quiere volver a serlo.
El sector vinícola rumano es un buen ejemplo de esta reconversión. La aparición de numerosas bodegas con un excelente producto encuentra buena acogida en el exterior. El capital extranjero ha comprado varias de ellas, mo