Hay momentos en la historia del deporte que necesitan poca explicación. Como el gol de Maradona a Inglaterra o los 100m de Usain Bolt en Pekín 2008. Si pensamos en el deporte de la gimnasia, la imagen indiscutible es la de una niña rumana, coleta alta y flequillo y lazos de algodón, mirada seria y movimientos y vuelos precisos y perfectos. Tan perfectos, que el 18 de julio de 1976, en el mejor escenario posible, los Juegos Olímpicos de Montreal, recibieron el primer 10,00 de la historia, la perfección, explica la experta de este deporte, Amaya Iríbar en un reportaje en El País.
"Guau. Es difícil creer que han pasado 35 años desde ese histórico 10,00", reconoció el año pasado en su Twitter la mejor gimnasta de la historia, actualmente afincada en Estados Unidos. "Gracias a mis compañeras de equipo, a mis entrenadores y a mis fans".
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Aquel ejercicio de paralelas, tantas veces repetido, era el obligatorio. Hasta 1996 todas las gimnastas debían realizar la misma rutina el primer día de competición (de ahí su nombre). Era un poco aburrido para los espectadores ver a las pequeñas atletas repetir una y otra vez los mismos elementos básicos en potro, paralelas y barra, oír hasta la extenuación la misma música en el suelo. Pero era una forma también de facilitar la expansión de la gimnasia a los países más modestos y, claro, de distinguir a los mejores.
Y ahí estaba Nadia Comaneci, con solo 14 años, cuerpo de niña y cabeza de hielo, al frente del equipo rumano. A pesar de su corta edad no era ninguna desconocida. Venía de arrasar en los Europeos de Skien ese mismo año. Pero en los Juegos de Montreal se dio a conocer al mundo entero, no solo a los locos seguidores de la gimnasia. "Nadia era especial", recuerda Gloria Viseras, por entonces una niña de nueve años que empezaba en la gimnasia y luego coincidiría con la gran camp