Rumano igual a gitano igual a delincuente. Esa es la asociación que una gran parte de la población hace consciente o inconscientemente al oír hablar sobre Rumanía. Y es cierto que las noticias que acaparan titulares no ayudan a cambiar esta imagen, dado que ha habido ciudadanos rumanos involucrados en sucesos muy violentos o muy polémicos ocurridos recientemente en la provincia.
Pero según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en Burgos viven 7.474 personas nacidas en Rumanía, una cifra ante lo que cabe preguntarse si todos ellos deben pagar por los delitos de unos pocos. «Claro que nos gustaría cambiar esa imagen, pero nosotros somos poco visibles. A ellos, con esas cosas que hacen, se les ve mucho más». Así de claro habla Vasile Romanciuc, quien lleva ocho años en Burgos y nueve su esposa, Catalina Romanciuc.
Ambos trabajan y hace cuatro meses tuvieron a Violeta, una rumana burgalesa. En el caso de esta familia, no hay nada en su aspecto físico que indique que no han nacido en España y solo manteniendo una conversación puede llegarse a la conclusión de que son extranjeros. Pero nadie diría que son rumanos, porque no cumplen con la imagen tópica que se tiene de los nacidos en este país.
De hecho, Catalina trabaja en una gasolinera y explica, con una mezcla de resignación y desagrado, que no son pocas las veces que tiene que escuchar en el establecimiento: «Me cago en los putos inmigrantes» o perlas semejantes que algún cliente pretende compartir con ella, pensando que es burgalesa de pura cepa. Y se tiene que callar. «Y en algunas tiendas me ha pasado que, después de dar el DNI, han empezado a tratarme de otra forma. A mí me da igual, simplemente no vuelvo a esos sitios», explica. Tanto Catalina como Vasile tienen estudios: él terminó la carrera en el Conservatorio y es músico profesional -toca la trompeta- y ella est