El “fontanero polaco” es una figura imaginaria creada en algunos países de la UE, en especial Holanda, Francia y Reino Unido, para describir de forma genérica al inmigrante llegado del Este y Centro de Europa en busca de trabajo. No todos los polacos asentados en suelo holandés desde 2007 ejercen dicho oficio, claro, pero el apelativo está a punto de aplicarse también a rumanos y búlgaros. El próximo 1 de enero, caerán las barreras impuestas a ambos grupos para obtener permisos de trabajo en el ámbito comunitario, y Holanda está inquieta. Teme la quiebra de su mercado laboral si el flujo de nuevos inmigrantes, cifrado por la OCDE en unos 900.000 para toda la Unión Europea, desborda las previsiones, publica el diario El País.
La extrema derecha de Geert Wilders ha aprovechado el recelo actual para ganar votos. Según él, en igualdad de condiciones, el candidato holandés se quedará en el paro porque los nuevos extranjeros aceptarán salarios bajísimos. Más sutil, el Gobierno de centro izquierda, formado por liberales y socialdemócratas, ha echado mano de la lucha del país contra el mar para pedir ayuda a Bruselas. “En algunos sitios, los diques están a punto de reventar. La situación se parece al Código Naranja”, ha dicho el viceprimer ministro, Lodewijk Asscher, recordando la señal que advierte de la subida de las aguas. Asscher utiliza la expresión en un artículo escrito en holandés e inglés con el británico David Goodhart, y no quiere alterar la libre circulación de trabajadores en el seno de la UE. Es uno de uno de los pilares del edificio comunitario, y tocarlo precisaría redactar un nuevo Tratado Europeo. Lo que desea es “evitar los efectos negativos para el mercado patrio de la entrada de trabajadores que lo sobrecargarán y pueden ser además explotados”, ha dicho. La frase es mucho más educada que las soflamas de Wilders, pero desvela la inseguridad del Gob