En Bucarest, una capital europea en efervescencia, proliferan los bares de copas que ilustran el decorado de la reformada zona céntrica de la ciudad, donde se aprecia una simbiosis de las reminiscencias del pasado comunista y la estrepitosa inmersión de un capitalismo feroz.
En el corazón de la urbe, cerca del Banco Nacional donde el FMI suele pasar revista a la economía rumana, se halla la estrambótica tasca Atelier Mecanic, lugar de reunión de muchísimos jóvenes para discutir sobre la tremenda metamorfosis del país, impulsada por su afán de recuperar el tren de vida de occidente, desde su ingreso a la Unión Europea en enero de 2007.
“¿Euroescéptico? Me resulta complicado serlo, o estamos en Europa o Rusia; no hay otra escapatoria”, advierte Razvan, estudiante de master de comunicación audiovisual de la Universidad de Bucarest. Con un español impecable tras haber estudiado un cuatrimestre en Valencia, Razvan se queja de que “Rumania sigue sin saber cómo sacar provecho de las ventajas reales dentro de la Gran Familia, como hizo España en su momento”.
“Se trata de un momento propicio para hallar soluciones a una Europa que debe estar más unida que nunca y dejar de un lado los intereses propios de cada país”, se suma Angela, periodista y estudiante de un master de Management. La joven comunicadora cree que la adhesión de Rumania a la UE influyó poco en la vida de los jóvenes que han decidido permanecer en el país de los Cárpatos.
“La situación laboral en Europa se halla en un momento realmente complicado ya que las empresas occidentales tienen un sentimiento de miedo y de alarma generado en mayor parte por los medios de comunicación”, relata Cristina, licenciada en Economía y ex becaria de la Comisión Europea y Naciones Unidas. La economista, de 26 años, se muestra incapaz de esconder sus aspiraciones, que pasan por traba