Cuando se agotó el trabajo de Germán de Marco en la atribulada España este año, el ingeniero civil de alto nivel nunca se imaginó que Rumania, el segundo país más pobre de la Unión Europea, le proporcionaría su sustento económico, relata el periodista Dan Bilefsky de The New York Times.
Sin embargo, después de que se le acabó el dinero al gobierno español y detuvo la construcción del ferrocarril de alta velocidad en el que trabajaba, De Marco, un español de 34 años, encontró trabajo en esta ciudad, supervisando la construcción de una línea de tranvía de 90 millones de dólares. La renta de su departamento en un barrio elegante de la capital rumana es la mitad de lo que pagaba en Barcelona, por lo cual puede ahorrar 1,300 dólares extras al mes.
“Cuando mi jefe me sugirió transferirme a Rumania, al principio pensé: ‘Debe estar bromeando’”, dijo De Marco. No obstante, no quiere irse después de ocho meses aquí, en Bucarest.
El insólito peregrinaje de De Marco hacia el este subraya cuántos de los ex Estados comunistas de la Unión Europea están resultando tener una asombrosa capacidad de recuperación al capear la crisis. Los recién llegados a la Unión estuvieron condicionados a las penurias durante décadas bajo el dominio del Kremlin. Sin embargo, conforme se ha profundizado la crisis del euro, también ha ayudado que Rumania y los demás hayan conservado su propia moneda.
Eso ha dado un montón de ventajas a estos países todavía en desarrollo, y muchos economistas creen que una única política monetaria en toda la eurozona ha dificultado a Irlanda, Grecia y España que vuelvan a poner en marcha a sus economías moribundas. En efecto, muchos de los Estados poscomunistas están reconsiderando su viejo objetivo de integrarse al euro.
Mugur Isarescu, el gobernador del Banco Nacional de Rumania, dijo en una entrevista que haber co