A Roxana Popa la desahuciaron para la gimnasia hace un par de años. Se rompió el codo izquierdo y no salió bien de la operación. Volvió a pasar por el quirófano. Nada. La niña nacida en Rumanía y hecha gimnasta en España, a donde emigraron sus padres por razones económicas, llegó al Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Madrid no como la gran promesa que había sido hasta entonces sino como una niña más, con la esperanza de recuperar su brazo simplemente para hacer una vida normal. “Apenas podía colgarse de las paralelas”, recuerda por teléfono Eva Rueda, una de las mejores gimnastas españolas de la historia y hoy entrenadora del equipo nacional, explica Amaya Iríbar en el diario El País.
Esa niña tiene ya 15 años, un cuerpo explosivo, ejercicios de élite y una gran alegría. En los Europeos que se celebran estos días en Moscú, su primera gran prueba como deportista adulta, se ha clasificado para la final individual del viernes con la sexta mejor nota (55,065 puntos), solo superada por dos rumanas y tres rusas -aunque solo dos pasarán a la final- y para la de suelo, que cerrará la competición el domingo. Donde no ha pasado el corte es en las paralelas, la prueba donde exhibe el ejercicio más original, con varias sueltas espectaculares y una salida de máxima dificultad.
La progresión de Popa, que pertenece al club Los Cantos de Alcorcón (Madrid), había sido espectacular hasta la lesión. Pero el quirófano partió en dos su carrera. Desde ese momento, lo suyo ha sido cuestión de perseverancia, horas y horas de trabajo de recuperación y mucho cuidado. “Hay que escucharla”, reconocía Lucía Guisado, la nueva responsable del equipo femenino, antes de viajar a Moscú el pasado viernes; “porque se le carga el codo más de lo normal y a veces tiene que parar”. Las gimnastas se entrenan en sesión doble, mañana y tarde, hasta ocho horas al día. Popa lleva con ese